caíste ciega, sin la vieja protección
de los hijos del señor de los huesos
la vestidura calcárea de los que han dejado el tiempo
las olas que antes rompías -las llamabas abanicos, pero eran arpegios-
ahora te las bebes y te nutres de su sal -negra como siempre y tan verde y tan fría-
ingenua, siempre
: cuentas el tiempo como si el tiempo cupiera dentro de los números
o pudieras asignarle
unidades y términos
no hay cien días
ni, mucho menos, cien siglos
sólo el pez que obra su eternidad
el ave -según el consejo que te di- que se asoma al agua y se nutre de su sangre
desde el cielo
en el borde apropiado
al mar con su fondo
-lo que te dije que late en la silueta oculta del árbol es lo que intenta beber aquí
sangre viva de un pez-.
No hay comentarios:
Publicar un comentario